Nada mas poner sus pies fuera del albergue, Ernesto se dio la media vuelta y volvió de nuevo al confort de la gran sala que había a la entrada de aquel refugio. Descolgó de sus hombros la mochila dejándola en el suelo y extrajo de su interior un forro polar que llevaba para los días fríos como aquel. En el exterior vio el suelo completamente blanco, la helada que había caído durante la noche había hecho descender el termómetro más que cualquier otro día de los que llevaba en el camino.

            No estaba acostumbrado a ponerse aquella prenda, ya que le agradaba el frescor que hacía por las mañanas, pero ese día era diferente, el frío que hacía no le dejaba otra opción, a pesar de lo molesto que le resultaba caminar muy abrigado ya que con el esfuerzo enseguida comenzaba a sudar y se sentía incomodo cuando esto ocurría.

            También se puso unos guantes ya que aunque una mano podía llevarla en el bolsillo, la otra tenía que sujetar el bordón y si la mantenía mucho rato frente a las inclemencias del tiempo, en menos de media hora, estaba seguro que dejaría de sentirla.

            Bien abrigado, volvió de nuevo a salir a la calle para comenzar la etapa que ese día tenía por delante. Cuando sobrepaso el río, la niebla que se estaba acumulando en el ambiente, había descendido hasta que llegó casi a acariciar el suelo.

            Fue analizando mentalmente el terreno que tenía por delante, en un par de kilómetros accedería a un andadero que era un suave rompe piernas, lo recordaba de la vez anterior que había pasado por allí y tenía ganas desde que comenzó este nuevo camino de recorrerlo de nuevo. Se trataba de un terreno bastante irregular, pero muy agradable para caminar, aunque en estas condiciones el suelo se encontraría helado y en algunos sitios se habrían formado capas de hielo lo que podía haberlo convertido en algo peligroso. La otra opción que tenía era hacer la docena de kilómetros que le separaban del próximo pueblo por el arcén de la carretera, no le agradaba mucho esta idea ya que siempre que podía evitaba caminar cerca de los vehículos, pero creyó que esta era la mejor opción que se le presentaba.

            Lamentaba no poder recorrer de nuevo ese terreno que desde la primera vez que camino por el, le había gustado mucho, pero la decisión estaba ya tomada, el arcen no le ofrecería los problemas que seguro se iba a encontrar en el camino.

            Mientras su mente estaba centrada en estos pensamientos, se fue acercando hasta el punto en el que los caminos se separan. Desde lo lejos, percibió una silueta que se encontraba sentada en una piedra justo en el punto que el camino se bifurcaba, al principio pensó que eran unas ramas que habían crecido de forma caprichosa, pero cuando lo vio con más claridad se dio cuenta que se trataba de una peregrina que se encontraba descansando.

            Cuando llegó a su altura, la saludó y se detuvo a hablar un rato con ella, se despojo de la mochila y mientras fumaba un cigarrillo descansaría un rato junto a la compañera que había aparecido de repente.

            No recordaba haberla visto antes, aunque tampoco le dio mucha importancia ya que Ernesto era muy despistado y los dos últimos días había coincidido con muchos peregrinos en los albergues en los que se había detenido, Quizás ella se encontrara también allí y no se hubiera percatado de su presencia.

Se presentaron, la joven se llamaba Irene y era de un pequeño pueblo de la misma provincia en la que vivía Ernesto, este lo conocía por haber estado en alguna ocasión en el y hablaron de algunas personas que eran familiares para los dos.

Cuando Ernesto le comentó a Irene que el tenía previsto seguir caminando por el arcén de la carretera ya que se imaginaba que el camino se encontraba en muy malas condiciones por el tiempo que hacía, la joven le dijo que ella seguiría por el camino, no le gustaba caminar a pocos centímetros de donde los coches y los camiones circulaban a gran velocidad.

Ernesto trato de hacerla comprender las condiciones en las que se iba a encontrar el camino e insistio para que fuera con él, pero la joven se mantuvo firme y al final fue ella la que convencio a Ernesto de que la acompañara por el sendero.

Ernesto pensó que el camino había puesto a aquella persona a su paso y debía ser por alguna razón, además la joven le había causado muy buena impresión y deseaba intimar un poco más con ella, creía que tenían varias cosas en común y quien sabe, quizá de ese encuentro surgiera algo más profundo y duradero.

Cuando terminó el cigarrillo reiniciaron el camino tomando el sendero que salía a la derecha de donde se encontraban.

La joven llevaba una pequeña mochila, demasiado pequeña, pensó Ernesto para las cosas que son necesarias, aunque resultaba muy cómoda ya que al final de cada jornada la espalda y las piernas se resienten de haber estado caminando con mucho peso encima.

Comenzaron a hablar de sus pueblos, según iban avanzando en la conversación, se fueron dando cuenta que tenían más personas conocidas de las que podían imaginar. Eran de la misma edad, y como a los dos les gustaban las fiestas de los pueblos que se hacían en su provincia, recorrían la mayoría de ellos cuando se encontraban en fiestas y estaban seguros que en alguna ocasión tenían que haber coincidido, aunque ninguno de los dos recordaba haber visto antes la cara del otro.

Según iban adentrándose por el sendero, el terreno se hacía cada vez más complicado, las marcas de las pezuñas de los animales que habían transitado por allí, con el frío se habían helado y en ocasiones el terreno se hacía muy irregular resultando muy difícil mantener el equilibrio y en mas de una ocasión sufrieron algún traspiés.

Ernesto insistió de nuevo que el arcén de la carretera les resultaría mucho más cómodo y estaban caminando muy cerca de ella, pero la joven no le hacía caso, ella seguía caminando por delante y cuando el joven proponía volver al arcén, ella ni tan siquiera respondía a lo que le decía.

La docena de kilómetros que fueron caminando por aquel terreno tan irregular les costó tres horas completarlo, lo normal a primeras horas de la mañana cuando estaban más frescos hubiera sido recorrerlo en dos horas con mucho menos esfuerzo, pero cuando divisaron el pueblo al que querían llegar, las ganas de reponer fuerzas con algo caliente le hicieron olvidar las penurias que había pasado en aquel tramo del camino.

Cuando llegaron al primer bar que encontraron en el pueblo, Ernesto le propuso a la joven entrar para tomar un café caliente con algún pincho también caliente que estuviera recién preparado, aquello les devolvería las fuerzas que habían perdido por aquel camino infernal.

Se sentaron en una mesa que había alejada del mostrador, Ernesto pidió dos cafés con leche y dos pinchos de tortilla y mientras se lo servían se acercó hasta el cuarto de baño, quería quitarse el forro polar y lavarse para limpiar el sudor que su cuerpo había ido desprendiendo.

Cuando regresó al interior del bar, en la mesa habían puesto lo que había pedido, pero la joven no se encontraba en el local, únicamente estaba su mochila y la de la joven pero esta no se encontraba en la mesa.

Ernesto pensó que también había entrado en el servicio, por lo que esperó a que llegara para comenzar a desayunar.

Paso media hora y la joven no regresaba, Ernesto entonces se preocupó y fue hasta los servicios de mujeres para ver si le había ocurrido algo. La puerta del baño se encontraba abierta y miró en el interior y por más que buscó no vio por ningún lugar a Irene.

Preguntó al señor que le había servido los cafés y los pinchos, pero este no supo darle ninguna razón de la joven, es más, no recordaba haber visto allí ninguna joven, le había extrañado que hubiera pedido consumiciones para dos personas cuando solo le había visto a él, aunque no recordaba si cuando entraron se estaba encargando de alguna cosa y no se percató de la entrada de los dos.

Salió a la calle para ver si la veía en las afueras del bar, pero allí solo había algunos peregrinos que pasaban de largo, la mayoría eran personas con las que había coincidido en el último albergue y le saludaron al verle. Ernesto les preguntó por la joven de la que les dio los más pequeños detalles, pero nadie la había visto desde que accedieron al pueblo.

Esperó en vano la llegada de la joven, pero esta no se produjo. Ernesto estaba preocupado, pensaba si había dicho alguna cosa que hubiera podido incomodarla o lo que era peor, quizá se hubiera encontrado mal y había salido a que la atendieran en el cuarto de socorro, pero le extrañaba que no hubiera esperado unos solos minutos a que saliera del baño o no le hubiera dicho al camarero a donde iba para que él pudiera localizarla.

No sabía que hacer, habían pasado dos horas desde que llegaron al bar y la joven seguía sin aparecer. Decidió quedarse ese día en aquel pueblo, cambiaría los planes iniciales para saber que le había ocurrido a su compañera de camino.

Le dijo al camarero que si volvía la joven le dijera que se fuera al albergue de peregrinos y el cogió su mochila y la de la joven encaminándose hasta el albergue donde pasaría la noche, quizá se encontrara allí esperándole.

El albergue se encontraba todavía cerrado, no abrían hasta las dos y Ernesto dejo las mochilas a la puerta del albergue. Delante había tres mochilas de peregrinos que habían dado por finalizada su etapa, les preguntó si habían visto a la joven, pero ninguno supo darle ninguna referencia de Irene.

Cuando se alojó, dejó sus cosas y las de la joven sobre dos literas, antes había discutido con el hospitalero ya que este no le admitía registrar a un peregrino que no estuviera presente, eran las normas y no podía saltárselas. Ernesto accedió a que le registraran solo a él, como el albergue era grande, no creía que se ocupara por completo y cuando localizara a Irene, si no se había llenado, tendría un sitio para pasar la noche al lado suyo.

Regresó de nuevo al bar, pero el camarero le confirmó que la joven no había regresado por allí, entonces fue hasta el cuarto de socorro, pero allí tampoco habían atendido a nadie con las señas que Ernesto les daba.

Poco a poco fue perdiendo la esperanza de volver a encontrarla, se imaginó que había seguido adelante, lo que no comprendía era como había dejado allí su mochila y su bordón, es lo primero que coge cada peregrino cuando comienza a caminar.

Según iban pasando las horas, cada vez estaba más convencido que la joven por algún motivo que no llegaba a comprender había seguido adelante, entonces trató de ir recordando todo lo que habían hablado, estaba seguro que había dicho alguna cosa que le había sentado mal y había evitado su presencia, pero por más vueltas que daba a sus recuerdos, no conseguía encontrar esa palabra o ese gesto que nunca debía haber pronunciado.

Cuando regresó al albergue, al ver la mochila de la joven se decidió a abrirla, era como si invadiera su intimidad, pero esperaba encontrar algún dato que le hiciera de nuevo dar con ella.

En la mochila solo había las cosas necesarias que los peregrinos suelen llevar en su camino, aunque estaban reducidas a lo mínimo necesario para economizar peso. En uno de los bolsillos laterales encontró su credencial. Los datos que había en ella coincidían con los que la joven le había dado, tanto su nombre como la población en la que vivía. Observó los sellos de los albergues y vio que en la semana que llevaban de camino, habían pernoctado más o menos en los mismos lugares, aunque ella había comenzado el camino dos años antes. Eso era algo frecuente ya que muchos peregrinos no disponen del tiempo suficiente para hacer el camino de una sola vez y van aprovechando semanas libres o puentes y cuando se vuelven a tener días disponibles se retoma el camino en el sitio donde lo han dejado, algunos tardan varios años en completarlo, seguramente esto es lo que habría hecho Irene.

Durante la noche Ernesto no pudo conciliar el sueño, toda la noche estuvo pensando donde se encontraba su nueva compañera de camino. Como seguramente habría seguido adelante, lo que haría los próximos días sería prolongar varios kilómetros más cada etapa que estaba haciendo y de esa forma seguro que en unos días acabaría de nuevo encontrándola.

Guardó la pequeña mochila de la joven en la suya y decidió dejar en el albergue su bordón que había encontrado en su primer día de camino, llevaría el de Irene y se lo entregaría cuando la encontrara.

Al día siguiente, madrugó más que de costumbre, salió una hora antes del albergue y cuando comenzó a encontrarse con peregrinos, les fue preguntando por Irene, se sabía ya de memoria todos los rasgos de la joven y según los transmitía, parecía que los llevaba grabados en su mente, ya que a todos les decía las mismas palabras, pero también la respuesta era siempre la misma, nadie sabía darle ninguna referencia de la joven.

Estaba haciendo diez kilómetros más cada día, si ella había seguido su camino, en dos o tres días a lo sumo se volvería a encontrar con ella, pero pasaron los tres días y seguía sin encontrarla. Al cuarto día ya había perdido todas las esperanzas de volver a verla de nuevo en el camino.

Pensó acercarse hasta una oficina de correos para enviarle la mochila a la dirección que había en la credencial, pero si lo hacía no sabría nunca que le había ocurrido y porque se había alejado de él de la forma en la que lo había hecho, sin decir nada y dejándole con aquella incertidumbre.

También pensó enviarla a su casa y cuando terminara su camino acercarse hasta el pueblo de la joven para llevarle sus pertenencias y pedirla explicaciones por su actitud, pero algo le decía en su interior que acabaría encontrándose con ella antes de terminar su camino y decidió llevar su mochila, al fin y al cabo, pesaba tan poco que no iba a resultar ningún contratiempo cargar con esos kilos de más.

Según iban transcurriendo los días, la añoranza de ese deseado reencuentro se iba desvaneciendo, aunque Ernesto no llegó a perder ni un solo día la esperanza. Incluso cuando llegó a Santiago, recorrió en varias ocasiones con la vista el interior de la catedral esperando que entre la multitud pudiera encontrar a su compañera de camino.

En esta ocasión, ese sentimiento de pena que tenía cada vez que se acercaba a Santiago había desaparecido, solo deseaba llegar para volver a su pueblo e ir a visitar a Irene, ahora su único deseo era saber los motivos por los que había desaparecido de la forma que lo había hecho.

Apenas sin tiempo para descansar, nada más llegar a su pueblo y reencontrarse con la realidad de la vida diaria, al día siguiente de su llegada, metió en su coche la mochila y el bordón de Irene y se encaminó hacia el pueblo de la joven.

El pueblo era más pequeño que el suyo y cuando preguntó por la calle que aparecía en la credencial, le indicaron cual era la casa que estaba buscando. Se trataba de una casa de piedra de dos alturas que destacaba entre la mayoría de las casas bajas construidas con adobe y con ladrillo.

Golpeo con los nudillos a la puerta y escuchó unos pasos en el interior que se acercaban, al abrirse la puerta vio a una mujer de mediana edad con un vestido negro. Las facciones de aquella mujer le recordaron a las que podía recordar de la peregrina, estaba seguro que era allí donde la encontraría y podría satisfacer la incertidumbre que tenía desde que la conoció.

La mujer se quedo mirando a aquel desconocido y por más que trataba de recordar, estaba segura que no lo había visto anteriormente.

-¿Qué desea? – preguntó la mujer.

-¿Es esta la casa de Irene? – preguntó Ernesto.

-Sí – respondió la mujer pensando de nuevo quien sería aquel joven.

-Quería estar con ella, hace tres semanas caminamos un día juntos y de pronto desapareció y aunque la he buscado por todo el camino, no he podido dar con ella y quería saber porque había desaparecido de repente.

-¡No puede ser! – Exclamó la mujer – es imposible.

-De eso nada, mire solo dejó esto – dijo mostrando la mochila y el bordón de la joven.

Al ver aquellas cosas que la resultaban conocidas, la mujer rompió a llorar de una forma desconsolada.

El joven no salio de su asombro, ahora estaba seguro que había dado con una familia un tanto excéntrica, primero Irene desapareciendo como lo hizo y ahora su madre llorando de aquella forma.

Al ver que la mujer no cesaba de llorar, Ernesto trató de buscar las palabras adecuadas que pudieran consolar a aquella mujer, sobre todo para ver si se calmaba y podía responder a todas las dudas que cada minuto que pasaba le iban surgiendo.

La mujer cogió la mano del joven y le arrastró hasta el interior de la casa, él la siguió hasta un salón donde extendiendo la mano le indicó que se sentara en uno de los sillones que allí se encontraban.

Poco a poco la congoja de la mujer fue desapareciendo hasta que al final consiguió recomponer su estado de ánimo.

-Debe tratarse de un error – dijo la mujer – esa mochila y el palo que lleva si son de mi hija, el palo se lo dio su padre cuando fue al camino, pero es imposible que usted haya estado con Irene.

-Entonces, como cree que tengo sus pertenencias, estas que me dejo cuando desapareció.

-No lo se – dijo ella – , pero debe tratarse de otra persona con la que usted estuvo.

-Ella me dijo que se llamaba Irene y que era de este pueblo, además en la credencial – dijo mientras la sacaba del bolsillo y se la mostraba – vienen sus datos.

La mujer se levantó, se acercó hasta un mueble que había en el salón y sacó de el un álbum, buscó en su interior y mostrándoselo al joven le dijo:

-Esta es mi hija Irene.

-Sí – dijo Ernesto – es la misma joven que me dejo sin darme ninguna explicación hace tres semanas en un bar del camino.

-Mi hija – dijo la mujer haciendo una larga pausa – murió hace dos años cuando estaba haciendo el camino de Santiago, un coche la arrollo y la mató en el acto.

-No puede ser – exclamó el joven – es la misma con la que yo he estado hace veinte días, la recuerdo perfectamente a pesar que solo estuvimos juntos tres horas.

-Entiende ahora porque he reaccionado de la forma que lo he hecho, pensaba que me estaba acostumbrando a su ausencia, pero al escucharle a usted no he podido por menos que ver como los fantasmas del recuerdo volvían de nuevo a mi mente.

La mujer cogio la mochila y según iba sacando las cosas de su hija iban de nuevo floreciendo los recuerdos. Cuando extraía alguna prenda la aprisionaba con su mano y la llevaba a su cara percibiendo el aroma que aún le recordaba a su pequeña. Con los ojos cerrados permanecía un rato largo aspirando toda la esencia que su hija había dejado en cada prenda.

Cuando terminó de sacar las cosas de la mochila, le dijo al joven que recordaba cada una de ellas porque antes de irse al camino la ayudó a hacer la mochila y la aconsejó sobre las cosas que debía llevar, aunque la joven descartó la mayoría de las cosas.

Respiró profundamente, como tratando de que el aire que llenaba sus pulmones le diera las fuerzas que necesitaba y cuando expulsó el aire, abrazando con ambos brazos los recuerdos de su hija comenzó a hablar con calma como si antes de decir cada palabra, la hubiera meditado durante muchos segundos.

-Hace dos años, por estas fechas, Irene se marchó para hacer el camino, era una ilusión que tenía desde hacía mucho tiempo y nunca quisimos privarla de ello, a pesar que no nos parecía bien que lo hiciera ella sola, ya sabes, una chicha sola no nos parecía lo más apropiado.

Pero sabíamos como era Irene y teníamos mucha confianza en su sensatez y aún más cuando un día nos trajo a una amiga que ya había hecho lo mismo y nos explico como era eso del camino y el compañerismo y el buen ambiente que había entre todos los que lo recorrían, sobre todo el respeto que se tenía a las mujeres que iban solas las cuales siempre se integraban en grupos para que se sintieran más protegidas.

Como sabía lo preocupados que nos habíamos quedado en casa, todos los días nos llamaba por teléfono cuando había terminado de caminar y se encontraba en el albergue, había algunos días que incluso nos llamaba dos veces.

A través del teléfono pude percibir el cambio que se había experimentado en mi hija, yo que la conocía muy bien, la sentía radiante y muy ilusionada, me contaba todo lo que había echo ese día, las personas que había conocido y los sitios que había visitado y según lo hacía, consiguió que todos los recelos que tenía de lo que estaba haciendo fueran desapareciendo, entonces fui emocionándome también con lo que me comentaba, incluso un día llegamos a hablar de recorrerlo juntas al año siguiente.

Cuando llevaba seis o siete días caminando, recibí una llamada por la mañana, era de la Guardia Civil que después de identificarse, me dieron la terrible noticia, mi hija yacía en el tanatorio del hospital donde la habían llevado, no se había podido hacer nada por ella ya que el fuerte impacto que recibió la había producido la muerte  de forma instantánea.

Cuando fuimos a hacernos cargo del cuerpo, no tuve fuerzas para entrar a verla, quería recordarla con la sonrisa que me obsequio cuando se marchaba, era tan alegre que siempre nos animaba a todos. Fue mi marido el que entró a identificarla.

Algunos de los compañeros con los que caminaba estaban allí, junto a ella en el tanatorio. Nos contaron que ese día habían comenzado a caminar con mucha niebla y cuando tuvieron que decidir entre seguir por el camino o la carretera, optaron por hacerlo por el arcén de la carretera.

Ella iba la primera, siempre la gustaba ser la que presenciaba las cosas antes que los demás, en la vida también era así. Como caminaban muy cerca de la carretera y la niebla era muy densa, no supieron exactamente lo que paso, solo escucharon un fuerte golpe seguido de un frenazo.

Al ver como había quedado el coche, todos se imaginaron que había impactado con Irene y por el golpe que tenía en el frontal, ella no había salido bien parada. La buscaron ya que había sido desplazada a unos metros fuera de la carretera y cuando la vieron estaba completamente ensangrentada y ya la vida se le había escapado-

-Ese – dijo Ernesto – es el mismo lugar en el que yo la encontré, también yo quería ir por el arcen de la carretera, pero ella me convenció de ir por el camino. No comprendió como viendo el mal estado en el que se encontraba el camino, ella quería ir por allí, pero la seguí hasta que llegamos al pueblo y fue entonces cuando desapareció.

-Siempre iba por delante – murmuró la mujer.

-¡Se da cuenta! – Exclamo Ernesto – creo que ha salvado mi vida, el día era lo mismo que el que ella tuvo el accidente y el tramo era también el mismo.

Se percibió en el rostro de la mujer un ligero síntoma de alivio. Ese recuerdo que no deseaba volver a revivir, ahora que lo sentía de nuevo le hacía sentirse orgullosa de comprobar que su hija seguía protegiendo a los demás y lo que le estaba comentando el joven lo confirmaba.

Estuvo todo el día con la mujer, cuando llegaron su marido y su hijo se los presentó a Ernesto y cuando volvieron a revivir la historia que había ocurrido nadie podía dar crédito a lo que estaban escuchando.

Después de comer, la mujer acompañó a Ernesto hasta el cementerio que se encontraba a las afueras del pueblo. Fueron a la tumba donde descansaban los restos de Irene y en silencio la recordó y con una oración le agradeció todo lo que había hecho por él, porque estaba seguro que si ella no se hubiera aparecido, seguramente habría corrido la misma suerte que ella.

Le pidió a la mujer que le diera la credencial, la mochila y el bordón de Irene, era muy importante para él tenerlos. La mujer no deseaba desprenderse de ningún recuerdo de su hija, pero accedió a los deseos del joven y se los entrego.

Ernesto regresó a su casa pensativo, ahora ya no podía quitar de su mente todo lo que había ocurrido, estaba seguro de que había sido el destino y agradecía a este que le hubiera puesto a Irene en su camino.

Según se dirigía a su casa fue fraguándose en su mente una idea, era lo menos que podía hacer por aquella joven. Se iría hasta el pueblo en donde Irene pernocto por última vez y terminaría el camino que ella vio cercenado en aquel maldito lugar.

Algo en su interior le hacía soñar con que la joven se le apareciera de nuevo, pero no ocurrió. Con las cosas de la peregrina fue haciendo todas las etapas que ella no pudo realizar. En algunos albergues tuvo contratiempos al registrarlo ya que sabían que el no era la persona que figuraba en la credencial pero cuando les explicaba los motivos que le llevaban a hacerlo por aquella persona, ellos que eran también peregrinos lo comprendieron y no pusieron más reticencias.

Solo en la Oficina del peregrino tuvo los mayores problemas, ellos no querían expender la credencial a nombre de alguien que físicamente no había realizado la peregrinación.

Ernesto se enfado de forma ostensible y llegó a amenazarlos con difundir públicamente la negativa ante los motivos imperiosos y extraordinarios que le habían llevado a realizar aquel gesto0.

El alborozo que se produjo en la oficina atrajo a varias personas que se encontraban en el interior y uno de los responsables de esta oficina llevo aparte a Ernesto y escuchó lo que este le contaba.

Además de funcionario, también era un peregrino y entendió y sobre todo comprendió la historia que Ernesto le estaba contando y con sus propias manos, el responsable de la oficina expendió la Compostela a nombre de Irene.

Cuando la madre de Irene, como hacía muchos días se acercó hasta el cementerio para dejar unas flores recién cortadas del jardín de su casa, vio en la tumba algo que llamó su atención. En la lapida de mármol, aprisionada bajo una vieira había un certificado expendido por el cabildo compostelano que certificaba que su hija había realizado la peregrinación completa hasta Santiago, también se encontraba la credencial con los sellos de todos los albergues y apoyada sobre el mármol que recogía los datos de la persona que allí se encontraba estaba inclinado el bordón de Irene.

La mujer comprendió enseguida porque el joven le había pedido las cosas de su hija y se emocionó al saber que este había cumplido lo que su hija no pudo hacer y se sintió aliviada ya que estaba segura que ahora Irene podría por fin descansar en paz.

 

Sentimientos Peregrinos