La llegada del Apóstol a España
La primera tradición jacobea que aparece tiempo después de la muerte del Apóstol Santiago en Jerusalén es su traslado hasta Galicia para su enterramiento. La prohibición de que Santiago fuera enterrado en aquellas tierras hizo que sus discÃpulos, en secreto, sacaran el cuerpo a la orilla del mar, desde donde navegarÃan hasta llegar al fin del mundo (Finis Terrae). Como tantos otros santos, su cuerpo se conservó incorrupto durante el viaje que les llevó a Iria Flavia, la capital de la Galicia romana. Allà enterraron al Apóstol y los discÃpulos que lo acompañaron se quedaron por esas tierras hasta su muerte, con una evangelización infructuosa que hace perder la memoria de lo allà acontecido.
Saliendo de la leyenda y entrando en la historia, a principios del siglo IX, el eremita Pelayo observó unos resplandores que salÃan de un campo cercano al que vivÃa, que pasarÃa a llamarse Campus Stellae. Tras advertir a las autoridades eclesiásticas del acontecimiento, el obispo de Iria Flavia, Teodoromiro, ordena apartar la maleza y excavar el lugar para descubrir una necrópolis entre cuyas lápidas se identifica una inscripción con la del Apóstol Santiago. Informa al rey asturiano Alfonso II y comienza la historia de las peregrinaciones y el Camino de Santiago.
La otra tradición, posterior, afirma que en el reparto de las tierras de evangelización, Santiago recibió las de Hispania, y asà llegó por el Mediterráneo para evangelizar estas provincias. No obstante, no debió de acompañarle el éxito en su empresa, dejando escasos y pequeños grupos de evangelizados, acabando de vuelta para Jerusalén, donde encontrarÃa años después el martirio. Corrobora esta tradición la existencia de un evangelio apócrifo que sitúa a Santiago precisamente en Hispania, cuando se le aparece en vida la Virgen MarÃa sobre un pilar en Cersaraugusta (Zaragoza).