Cuando visitamos la hermosa  Catedral gótica de Burgos y nos adentramos por  la puerta de Santa María, veremos rápidamente a El Papamoscas. Está en la bóveda de la nave central, en el ventanal de la izquierda de la primera parte de la nave. Allí, a unos quince metros de altura del suelo nos encontramos con un peculiar artilugio que marca las horas y al cual siempre hay visitantes, peregrinos y curiosos que observan la señalización de las horas.

Este autómata del siglo XVIII que sustituyó al originario del siglo XVI. El personaje en cuestión viste una especie de casaca roja, abotonada por delante. Cuenta con un amplio cuello terminado en puntas y ceñido por un cinturón verde. Con la mano derecha sostiene un papel de música y hace sonar la campana al paso de las horas, mientras abre y cierra la boca.

El Martinillo

Los cuartos de hora los marca su ayudante, el Martinillo. Es una figura más pequeña y de cuerpo entero que espera sobre un pequeño balcón entre dos campanas. Con un martillo en cada mano da uno, dos o tres golpes, según sea el cuarto, la media o los tres cuartos. El martillo le da su nombre. Y a El Papamoscas, el sobrenombre le proviene de un pájaro. Este mantiene su boca abierta esperando que las moscas entren en ella. Por eso, son muchos los autores que lo nombran en sus obras, destacando Víctor Hugo, Benito Pérez Galdós, entre otros.

La leyenda de El Papamoscas

Como era de esperar el papamoscas tiene su historia y su misterio. Se dice que el rey castellano Enrique III el Doliente acostumbraba diariamente ir a rezar a la catedral. En su proximidad se arrodillaba una bella joven vestida de negro. Debido a su timidez, no se atrevía a entablar conversación con ella. En cierta ocasión, le siguió y la vio entrar en un viejo caserón de aspecto abandonado. Estas coincidencias en la oración se repitieron varias veces. Un día la muchacha al pasar junto a el dejó caer un pañuelo. Éste lo recogió devotamente y, acercándose a ella, se lo devolvió en silencio, sin que mediaran palabra en ese encuentro. Solo, después de desaparecer más allá de la puerta, el rey escuchó un doloroso lamento que se le clavó en la memoria sin poderlo olvidar.

¿Y qué ocurrió? Lo cierto fue que, a partir de entonces, la muchacha nunca volvió a aparecer por la catedral. Cuando el monarca trató de saber algo de ella, le confirmaron que en la casa donde le había visto entrar todos los días hacía muchos años no vivía nadie. Todos sus habitantes fallecieron víctimas de la peste negra.

El rey quiso retener esta imagen en la memoria, así como el doloroso gemido. Por ello, encargo la fabricación de un reloj  para el interior de la catedral. Este reproduciría los rasgos de la joven y el recuerdo del lamento.

Para su desgracia, el relojero no logró siquiera aproximarse a la belleza que le había descrito el monarca. A la hora de reproducir su lamento solo logró que el muñeco lanzase un horroroso graznido. Así que, un tiempo después, se optó por que el muñeco solo abriese la boca y diese las horas.

En este este enlace podrás conocer los horarios de la Catedral de Burgos para conocer el papamoscas y visitar el templo.