El peregrino, sudoroso y agotado, llega a la Puerta Santa tras hacer la cola pertinente con el potente sol de cara. Por fin acaba el Camino y va a entrar en la Catedral. Y su primera imagen será la de un miembro de seguridad que le prohíbe entrar con mochila, le conmina a abrir su bolso y restringe la entrada en grupos pequeños. Es lo que hay desde el 2 de abril. Informa Jacobeo.net

Quizá el peregrino que llega por primera vez a Santiago le parezca lógico que la Catedral de Santiago tenga las medidas de seguridad de un aeropuerto. Que no se puede deambular por el templo y que la visita al santo y al abrazo son ahora circuitos cerrados y dirigidos. Pero esto no era como lo han conocido muchos. Y queda en el aire la sensación de que se han pasado tres pueblos.

En principio, uno de los objetivos principales es el control del aforo, con un máximo a priori de 1.500 personas. Aunque la cifra será posiblemente mayor, puesto que esta primera semana se ha visto que había más posibilidades, no se volverán a producir grandes aglomeraciones. En cuanto a la seguridad, sin duda, ahora es mucho mayor, aunque es una pena que la Catedral haya perdido esa esencia desordenada y peregrina. No obstante, los objetivos han sido cumplidos y el tráfico de peregrinos es más ágil y organizado. Allí estuvimos la semana pasada para comprobarlo y ciertamente ha cambiado las sensaciones dentro del templo: menos gente, menos ruido, menos peregrinos circulando. Pero nos queda la duda, para nosotros ya respondida, si realmente esto era necesario. Al menos, Laus Deo, disfrutamos de poder entrar en una Catedral sin tener que pagar. Por ahora.